EL CONTABLE GUIDO Y EL AGUA QUE BAÑA LA TIERRA  

Massimo Maria Carpinteri, 2025, cm 30×60, óleo sobre lienzo

EL CONTABLE GUIDO Y EL AGUA QUE BAÑA LA TIERRA  

SINOPSIS

«El contable Guido y el agua que baña la tierra» es un relato que, a través de su metáfora de la tormenta, reflexiona sobre la fragilidad humana y la inevitabilidad del cambio. Guido, un hombre rutinario que encuentra consuelo en lo cotidiano, se enfrenta a una catástrofe natural que lo arrastra sin piedad, pero con serenidad. La lluvia, en su furia destructiva, se convierte en un símbolo de renovación, borrando lo viejo para dar paso a lo nuevo. El vínculo de Guido con su pez dorado, Help, resalta su soledad y la importancia de lo simple. A pesar de la tragedia, el mensaje final es de esperanza: incluso en la devastación, siempre hay un comienzo.

EL CONTABLE GUIDO Y EL AGUA QUE BAÑA LA TIERRA 

Cuando llega una tormenta, no sirve de nada enfrentarse a ella ni intentar detenerla. La única salvación es dejarse llevar por su furia, que poco a poco te devuelve al punto de partida. 

Esta mañana, el contable Guido salió de casa rumbo a su oficina en la ciudad. A solo unos kilómetros estaría ya sentado frente a su ordenador. Llevaba zapatos de cuero, vaqueros y una chaqueta de lana, la combinación que él consideraba perfecta para el entretiempo. Afuera lloviznaba suave, y su paraguas con mango de madera combinaba con su corbata: la del pez dorado. Desde hace más de un año, Guido vive solo en un ático del tercer piso, en un edificio colorido coronado por tres antenas asimétricas. Cada mañana, cuida de Help, el pez dorado que compró en la feria del pueblo y que esta misma mañana dejó en la cocina, cerca de la ventana abierta. 

Recuerda aquella tarde de finales de verano cuando, entre el bullicio de un vendedor que ofrecía un euro por cada salmonete, decidió comprar uno de esos peces dorados que jadeaban en una bolsa diminuta, junto a las crías de tortuga. Lo sacó con cuidado y lo puso en una pecera de cristal, más espaciosa. Dentro del agua, creyó escuchar burbujas de gratitud. Había encontrado un amigo con pocas, pero extrañas palabras, y por primera vez se sintió menos solo. Desde entonces, Help se convirtió en su primer pensamiento cada mañana y en su compañía al caer la noche. Alisa, su compañera que lo espera en el pueblo, también sueña con verlo pronto y mudarse juntos a la casa que planean comprar: con chimenea y dos sillones pequeños frente a una ventana que da al lago helado. 

A Guido le encanta la lluvia, pero hoy cae sin tregua. De camino a la oficina, un chaparrón lo obliga a refugiarse bajo un balcón. Pero la lluvia es imparable, un torrente que empapa todo. En su apartamento, Help está solo, y la ventana ha quedado abierta. No hay tiempo que perder: deben regresar. Guido corre bajo la lluvia torrencial mientras el mundo a su alrededor se transforma. El cielo parece derramar lágrimas furiosas sobre la tierra. La lluvia empapa, golpea, borra recuerdos y alimenta otros nuevos. Es una fuerza que no da, sino que arrebata; que impide avanzar, que silencia y obliga a escuchar. Se cuela por muros, puertas y vallas; desciende por las laderas, crece, barre señales de tráfico, arrastra todo a su paso. 

Es un cerebro líquido, imparable, que invade espacios secos y arrastra barrios enteros, desde sótanos hasta primeros pisos, llenando despensas y volcando mesas. No pide permiso. Calles, plazas y patios se inundan. Hasta los majestuosos edificios de la antigua nobleza abren sus puertas para dejar que el agua suba hasta las antenas, que transmiten señales de socorro al mar abierto. El tiempo se detiene y parece contener la respiración. La lluvia corre hacia el océano, pero está quedándose sin fuerzas. 

Guido casi llega a casa. Sube a la cocina, agarra el tazón de cristal con Help dentro, y entonces una ola lo arrastra por la ventana. Está en una lavadora gigante, flotando en aguas turbulentas. Ha perdido un zapato, pero aún sostiene su paraguas, protegiendo a su amigo naranja. Impertérrito, espera que el sol vuelva a brillar y seque la tormenta que cubrió calles, aceras y edificios. Con Help en sus manos, nada realmente importante se ha perdido. El pez revolotea con sus aletas en aguas tranquilas. La humanidad podrá empezar de nuevo, justo donde todo comenzó. 

El tiempo vuelve a fluir… tic-tac. 


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