Massimo Maria Carpinteri, 2025, cm 30×60, óleo sobre lienzo
LA AUDAZ Y SOÑADORA CONQUISTA DEL MONTE CÓMPATRI
SINOPSIS
La audaz y soñadora conquista del Monte Cómpatri» es un relato conmovedor que fusiona la valentía de la lucha por la paz con el amor y la complicidad entre sus personajes. A través de la perspectiva de Fixi, la perra narradora, el cuento presenta una visión única y entrañable de la relación entre Gertrude y Alfonso, dos soñadores que se enfrentan al desgaste del tiempo y la guerra con una esperanza inquebrantable. El contraste entre el enfoque de Gertrude, más reflexivo, y el de Alfonso, más activo y combativo, crea una dinámica fascinante. La narración resalta la importancia de la perseverancia, la unión y la búsqueda constante de un cambio pacífico, haciendo del cuento una reflexión profunda sobre los desafíos personales y globales que nos atraviesan.
LA AUDAZ Y SOÑADORA CONQUISTA DEL MONTE CÓMPATRI
Hay historias locas y extraordinarias, pero la mía es un poco diferente.
Me llamo Fixi y soy la perra de esos dos soñadores de allá: Gertrude y Alfonso, quienes han dedicado toda su vida a luchar por la paz en la Tierra. Me divierto con ellos y no los cambiaría ni por el hueso más jugoso. Soy una perra afortunada; me adoptaron tras haber sido abandonada. Por fin tengo una familia de verdad, una que jamás se cansa de emprender conquistas audaces como la de hoy, en el Monte Còmpatri.
Gertrude está sentada sobre una pila de libros, meditando en silencio, mientras Alfonso se prepara para los obstáculos de la subida. Será una aventura valiente: el camino es sinuoso y el riesgo de perderse es real. Mis dos dueños son muy distintos, pero profundamente unidos. Ella es serena y contemplativa; él, enérgico y determinado, aunque también cansado de escuchar cada mañana el eco amargo de la guerra. Espera que, al plantar sus banderas, las mentes dormidas despierten y las sonrisas vuelvan a los rostros de los niños que sufren bajo el humo gris de las bombas. Su cabello blanco es la prueba tangible del paso del tiempo, pero no por ello se detiene. Ya no puede quedarse sentado, inmóvil, como Gertrude. Tiene prisa por sembrar colores que borren las discordias, las luchas y los enfrentamientos. “Cada bandera es un pequeño paso hacia el cambio”, repite a menudo.
Gertrude es una soñadora, y me encanta escucharla cuando dice que la guerra no es la solución a los conflictos, sino apenas el primer paso hacia una libertad más auténtica. Entre los dos, prefiero a Alfonso, quizá porque su lucha es más tangible: empuña herramientas simples —un martillo para romper piedras, tenazas para cortar cercas, ganchos para fijar un poste a la roca—. Con el torso desnudo y la mirada firme, lleva su uniforme de camuflaje y sostiene cerca un cóctel molotov lleno de agua y jabón, símbolo de su insólita arma contra la violencia. Nadie puede detenerlo. No se rinde.
Gertrude abre un ojo, lo mira y sonríe con dulzura. Lleva horas inmóvil, aún indecisa, a pesar de las constantes quejas de Alfonso. Las suyas son batallas silenciosas, razonadas, profundas. Pide media hora más, como siempre, pero en el fondo sabe que acabará cediendo a la insistencia del hombre que ama con todo su ser. Ha llegado el momento. Por fin los veo caminar juntos, sonriendo, alejándose con su símbolo de la paz en la mano. Puede que los años frenen su paso, pero desde que los conozco, sé que el deseo de plantar una bandera «allá arriba» siempre será más fuerte que el cansancio.
—Gertrude, Alfonso, yo también quiero correr tras vosotros —como la última vez, como la próxima también—. ¡Ya voy…!




