Massimo Maria Carpinteri, 2025, cm 20×20, óleo sobre lienzo
LECCIONES DE VUELO: N. 237
SINOPSIS:
“Lecciones de vuelo: N. 237” es un relato profundamente simbólico y conmovedor que aborda la pérdida de la infancia en contextos de guerra y pobreza. A través de la figura de Iris, una especie de ángel o guía, el cuento transforma el acto de volar en una metáfora de liberación y esperanza frente a la crueldad del mundo. Hami representa a los niños olvidados que solo desean jugar y reír, mientras la autora combina ternura y tragedia en un tono poético y visualmente poderoso. El contraste entre la inocencia infantil y la dureza del entorno potencia el mensaje humanista: aunque el dolor sea inevitable, aún es posible soñar y enseñar a volar.
LECCIONES DE VUELO: N. 237
—¿Listo para tu primera —y quizá última— lección de vuelo? Recuerda, Hami: en esta tierra no se permite jugar. Si quieres hacerlo, tendrás que unirte a los que ya están ahí arriba, colgados de globos gigantes con banderas de colores. ¿Me escuchas? ¿Estás decidido? No habrá vuelta atrás. Tu objetivo es llegar a un lugar sin guerra, con casas de techos multicolores y antenas que apuntan al cielo.
—Sí, Iris. Estoy listo para reír con los demás. Ya he llorado demasiado.
—Entonces ajústate el arnés, sube a este muro… y cuando estés listo, te daré la señal. Vine hasta aquí para enseñarte a volar, Hami. No me iré hasta que lo consigas.
Hami tiene siete años. Hace tiempo que no ríe. Nació en un rincón del mundo donde la alegría es peligrosa; donde la infancia se niega y la madurez llega sin ilusiones, solo con pérdidas y venganza.
—Iris, apúrate, ¿no ves lo felices que están los niños allá arriba? Yo también quiero llegar. Ya oigo los pasos de los adultos. No dejes que me lleven de vuelta. He caminado mucho para estar aquí. No quiero regresar.
—Tranquilo, Hami. Estoy haciendo todo lo posible para dejarte ir pronto. Pero no te apresures. Volar requiere calma.
Hami no sabe leer, pero escucha. Escucha las conversaciones de los mayores: amenazas, peleas, palabras que no entiende, pero que le dan miedo. Él solo quiere jugar con la pequeña Hassen, que ya flota entre las nubes con un velo al viento. Algunos mechones rebeldes se le escapan del tocado, y allí arriba, puede soltarlos sin temor. Le dijo a Hami que el próximo año no podrá seguir jugando con él: dejará de ser niña, y jugar será considerado inútil. Su madre ha dicho que se quedará en casa, cuidando a sus hermanos menores.
—¿Por qué la obligan a dejar de jugar? —piensa Hami—. ¿Es posible crecer de la noche a la mañana, sin que nadie lo explique?
Iris visita estas tierras desoladas solo a veces. Su misión es regalar sonrisas, dulces… y vuelos. Los niños no piden mucho. Ya saben que nadie escucha. Pero Iris sí. Ella los observa con paciencia, les habla con dulzura, les enseña las reglas del vuelo y cómo no volver jamás a esta tierra. Su voz es cálida y serena, con el poder de borrar los miedos. Viste un vestido de flores y tacones rojos. Es hermosa. Y distinta a todo lo que Hami conoce.
—¿Y si me pierdo? ¿Habrá alguien que me ayude?
—No pienses en eso, Hami. A veces, dejar atrás un pasado triste permite que el recuerdo de algo feliz te acompañe en el viaje. Estoy segura de que llevas algo contigo, ¿verdad? Piensa en eso. Y escucha… ¿no oyes las risas de los demás?
En el pueblo donde vive Hami, no hay escuela, ni baños, ni comedores. Solo cuartos estrechos y sucios donde duerme toda la familia. Cada día es igual que el anterior: buscar comida, regatear, beber agua sucia si hay suerte. Y esperar. Esperar nada.
—¿Ataste bien la cuerda, Iris? Mamá me dijo que la revisara antes de irme.
—¿Qué más te dijo tu mamá que yo no sepa?
—Que no llorara si me quedaba solo. Que siguiera adelante, sin miedo. Que tarde o temprano llegaría a un lugar seguro.
—Tu mamá tiene razón, aunque… no sé en qué dirección te llevará el viento.
—No importa. Cualquier lugar será mejor. Quiero dejar de ver caras tristes. Quiero recuperar mi risa. Pero ya no hay tiempo. Iris, trepa conmigo este muro. Déjame volar.
—Está bien, Hami. Pero escúchame bien: cuando tus pies se despeguen del suelo, sentirás un cosquilleo en todo el cuerpo. Se llama libertad. Y una vez que lo sientas, no necesitarás nada más para jugar.
El trabajo de Iris no es fácil. Hacer reír a los niños aquí es como encender una vela bajo la lluvia. Pero lo intenta. Les enseña a abrir la boca, a dejar que la risa ocupe espacio en sus caras, a fruncir los ojos y arrugar la nariz. Sabe que cuando empiecen a volar, surgirán sonidos nuevos, espontáneos, extraños: melodías en el aire que calman el corazón.
Las banderas ondean sobre sus cabezas. Tal vez algún adulto, al verlas, también sonría.
Cambiar el mundo no es fácil. Pero dibujar una sonrisa… eso, sí es posible.
—Vamos, Hami. Es tu turno.
Tu pelota gigante número 237 está lista…
¡A volar!




